Cenas de empresa, comidas con antiguos compañeros, encuentros de los clubs y asociaciones a los que pertenecemos, quedadas con amigos que no vemos desde verano, reuniones familiares “para ir organizando la Navidad”… Un calendario que, sin darnos cuenta, se convierte en una carrera de fondo donde lo más difícil no es asistir, sino mantener la energía y el equilibrio entre obligación y disfrute.
Este año, además, todo ha comenzado incluso antes. En noviembre ya había quien estaba brindando, descorchando botellas y celebrando el inicio de la temporada festiva. Y es que hemos normalizado tanto la anticipación que, cuando queremos darnos cuenta, ya estamos de lleno en la Navidad sin haber tenido tiempo de procesar el otoño.
Las luces iluminan las calles de todas las ciudades, los escaparates ya están vestidos de rojo y dorado, y las compras navideñas empiezan a hacer un hueco —cada vez mayor— en nuestros armarios y en nuestras cuentas bancarias. De repente, entre reuniones, trabajo y vida cotidiana, aparece la pandereta, el turrón y ese espíritu navideño que parece colarse por cada rendija.
Lo curioso es que, si bien todos disfrutamos de estas fechas, también es cierto que hay un punto de saturación que comienza a sentirse en el ambiente. Queremos llegar a todo: a la comida con las amigas, al brindis del club empresarial, al detalle para los compañeros, al evento solidario, a las cenas familiares y, por supuesto, a mantener viva la magia para los niños. Pero a veces nos olvidamos de lo esencial: la Navidad no tiene por qué ser una maratón; debería ser, sobre todo, un encuentro con lo que de verdad importa.
Tal vez este año podamos mirarlo desde otro prisma. Elegir mejor. Seleccionar. Decir sí a lo que suma y no sentir culpa por declinar aquello que no encaja con nuestro ritmo o nuestra energía. Porque los compromisos prenavideños son preciosos cuando se viven desde la alegría, no desde la obligación.
Y quizás ahí esté el mensaje más profundo de estas fechas que están por llegar: que la Navidad no empieza el día 24, sino cuando cada uno decide abrir un espacio de calma, de gratitud y de conexión real con quienes quiere y con uno mismo.
Que entre tanta luz, tanta celebración y tantas invitaciones, sepamos encontrar también un hueco para descansar, respirar y recordar que el mejor regalo que podemos hacer —y hacernos— es llegar a estas fiestas presentes, conscientes y en paz.
