El 24 de noviembre pasado, Christian Melis nos informaba del anuncio hecho por el Ajuntament de Ferreries que Ferreries era reconocido oficialmente como Pueblo Mágico de España 2026, convirtiéndose así en el primer municipio de todas las Illes Balears que se incorporaba a esta prestigiosa red estatal. Este reconocimiento ponía en valor la autenticidad del municipio, su riqueza natural y cultural y su capacidad para preservar la esencia mediterránea.
Copiando lo que hacía mi padre antes de comprar algún libro o enciclopedia nuevo que era el buscar lo que decían sobre Menorca, hago lo mismo, pero ya en las redes sociales y encuentro una definición que me agrada.
“Ferreries es, quizá, en la intimidad de sus calles, el eslabón perdido entre esa isla que vivía de la industria bisutera y del calzado, y esa otra Menorca de hoy volcada al turismo. Rodeado por jóvenes montes que asoman por encima de las coquetas casas del centro, el pueblo ha ido creciendo en el interior de un pequeño valle, con el ruido de las máquinas de coser de los artesanos del cuero tras las ventanas. Hoy ese trabajo se ha trasladado a las fábricas de prestigiosas firmas de calzado de diseño, que desde Ferreries exportan al resto del mundo. Parar a visitar sus tiendas, o a comprar tal vez un par de las tradicionales abarcas, puede ser un fantástico plan a la vuelta de una jornada de playa. Aunque el pueblo de Ferreries se encuentra en el interior, la costa de su término municipal es una de las más bellas de la isla. Así, podemos visitar la urbanización de Cala Galdana, edificada en la que para muchos fue, y sigue siendo, la playa más bonita de la isla. Su blanco acantilado, cayendo con toda su verticalidad sobre la arena, y, en el otro flanco, un pequeño torrente, puerto de pequeñas embarcaciones, hacen única esta cala”.
Soy descendiente de “ferreriencs”. Mis abuelos paternos, en Biel de Ruma y mi abuela Na Nina Florença, así como mi padre el maestro nacional Bartolomé Florit Allés, eran de Ferrerías
Llegamos a Ferrerías en agosto de 1950 en el autobús desde Mahón después de un largo viaje de aquel entonces en tren y barco desde la Península. Desde la parada del autobús (Dalt la trotxa) hasta llegar al que sería nuestro domicilio en es Carrer Fred, había que bajar unas escalinatas que guardo en mi recuerdo, como parte del cansado viaje
Cercana a la década de los 90, guardo en mi memoria la educación recibida en aquel entonces en el local de la Acción Católica situado en un primer piso de es Carrer Fred. El cuidado entrañable de nuestra podríamos llamarla con palabras actuales “monitora” Layeta de C’an Temu. Las recolectas anuales del DOMUND con nuestras huchas de cabezas de negritos por el pueblo y las vueltas arriba y abajo de Es Carrer Nou, (desde el Muro de delante de Ca Na Genera hasta la esquina que marcaba la lámpara que colgaba en la esquina con Es Carrer de Sa Font).
Ya siendo más mayores, cuando llegaban estas fechas, había que prepararse para ir a la Misa del Gallo. El Párroco, mantenía muy fuerte que Jesús había nacido el 25 y que para que fuera el 25 tenía que ser pasada la medianoche. Pero como nuestro horario iba adelantado con respecto al sol, entonces la misa era a la 1 de la madrugada (12 horas solares). La velada era larguísima y solía ser uno de los poquísimos momentos que las parejas jóvenes nos reuníamos para hacer un resopón de turrón, amargos y frutos secos mientras jugábamos a “la Cuca”; un juego de naipes que nunca llegué a entender y del que me quedó grabada la frase de “el rei mana que la Cuca canti”.
En Ferrerías conocí y en su parroquia me casé con mi estimado y nunca olvidado “Rafel de Son Belloquet Nou”, hijo de agricultores y Coronel que fue del Arma de Artillería. Orgullosísimo siempre durante toda su vida de ser de Ferrerías. En nuestra época que estuvo asesorando al embajador de España en Turquía como agregado de Defensa, era tal su pasión por su Ferrerías que cada domingo a través de un aparato de radio sintonizaba Radio Exterior de España solamente para saber cómo había quedado el equipo de fútbol del Ferrerías. Cuando se encontraba con alguien conocido fuera del lugar que fuera, éste le decía: “Hombre Coll, el de Ferrerías”, a lo que él contestaba “No todos podemos decir orgullosos que somos de Ferrerías”.
En estas fechas en que todas las familias se reúnen, añoran a los que faltan y reviven los muchos momentos felices que han compartido en su vida, he querido yo hacer partícipes a mis lectores de parte de mi vida pasada en ese pueblo tan entrañable que en enero de 2026 recibirá el premio de ser un pueblo mágico de España, haciéndome mía la frase: “no todos pueden decir orgullosos que son de Ferrerías”.
